¿Cuándo iba a llegar la advertencia de ti? ¿Quién tenía siquiera pensada mi condición? Estoy aquí, solo, entre humos, con tu imagen aferrada a los diques de mi interior, esperando por ese sonido… que nunca viene… y que cuando viene: desilusiona.
No sé si en realidad estoy por ti, y quisiera asegurar que no lo es, pero la claridad no está de mi lado, en cambio: la incertidumbre, ¿Qué más? ¿Y qué más podría ser? ¿Qué más se podría esperar? Nada. Absolutamente nada de ti aún.
A veces mis escenas me apenan, otras veces me incomodan… me enojan. Me enoja no tener otro lugar, no otra función, no otra ambición, no otro pensamiento, no otra infinidad a donde dirigir la mirada.
Si la manía se torna benevolente, me pone a imaginar… y entonces me necesitas, me sueñas, o por lo menos me recuerdas; y eso me hace sonreír por un instante; y me conforma, porque cuando el espejismo se va, la razón me obliga a comprender que nada más me puede ser dado.
Cuando regreses seré feliz, cuando regreses lo disfrutaré, otra vez se borraran los exteriores, otra vez el mundo se resumirá en nosotros y otra vez esperaré que no se acabe, aunque tú no compartas, aunque la fuerza te obligue a desaparecer de nuevo; y aunque tenga que regresar a la ansiedad por no sé cuantas luces, solo otra vez… tú: en tu orbe, y yo: aquí, sin ti.